La difícil relación entre “un mundo moribundo” y el fundamentalismo islámico
por Marco Invernizzi
Estaes la pregunta que me hago leyendo muchos artículos en los periódicos de estos días, escritos por intelectuales y políticos: la retirada de las tropas occidentales de Afganistán representó una traición total a todos los valores de la civilización occidental, esta es la tesis recurrente.
Pero intentemos entender mejor. ¿Qué se supone que es la civilización occidental? ¿La civilización construida progresivamente durante siglos de evangelización después de los tres primeros de persecución, la civilización de Dante y las catedrales, los santos reyes y los grandes teólogos, las comunas libres y libertades concretas; o la civilización occidental nacida de la Revolución Francesa de 1789 y que luego se extendió a Europa a través del ejército de Napoleón, la civilización del individualismo y las ideologías, el aborto y el género, que a través de un largo proceso de descristianización redujo el cristianismo a un asunto privado y puso a la Iglesia al margen en Occidente?
¿Para cuál de las dos civilizaciones estuvieron presentes los soldados occidentales en Afganistán? Es una pregunta difícil, que penetra hasta el fondo del corazón y cuestiona a toda persona seria que cree en la existencia de principios fundamentales sin los cuales no se puede vivir.
Estos principios no son occidentales, sino universales, presentes en todo hombre, y cuya razón es capaz de reconocerlos. Occidente los reconoció y los llevó a la cúspide de las relaciones sociales con la Revelación de Cristo, construyendo en torno a ellos una civilización que, sin embargo, luego destruyó con las diversas revoluciones ideológicas de la modernidad. Prácticamente nada queda de la civilización cristiana y sus valores en el Occidente actual, salvo pocos signos y uno que otro grupo de personas que aún continúan refiriéndose a ella, en su mayoría vinculados a experiencias de vida nacidas dentro de la Iglesia Católica.
Además, Afganistán es un país completamente islámico. ¿En nombre de qué fue posible, hace veinte años, luchar contra el fundamentalismo islámico de los talibanes en ese país y ofrecer así una alternativa al pueblo afgano?
En 2001, Occidente sufrió un ataque perpetrado por el terrorismo islámico en el corazón de Estados Unidos. Todos los países occidentales reaccionaron organizando una coalición que se dirigió a Afganistán para erradicar la presencia terrorista de Al-Qaeda en ese lugar, donde habían surgido los actos terroristas. Lo que estaba en juego era uno de los valores sobre los que había crecido la civilización occidental: la libertad, y precisamente la libertad religiosa, que los talibanes rechazaron al imponer una visión fundamentalista del islam a un pueblo. El cristianismo, pero también la justa razón, enseñan que la fe, sea la que sea, no se impone, sino que se ofrece a la libertad de las personas y de los pueblos.
Sin embargo, el mismo Occidente que intervino en Afganistán para defender un valor, negó en sus sociedades muchos otros principios igualmente básicos como el que defendió contra los talibanes, como lo sagrado de la vida, la centralidad de la familia, la diferencia sexual como la base de la comunidad matrimonial.
Un Occidente en plena y flagrante contradicción, que de hecho estalló rápidamente. ¿Por qué seguir defendiendo en el exterior una parte de esa verdad que en otros aspectos se contradice en casa? ¿Y qué ofrecer o garantizar al pueblo afgano: libertad de la imposición de una religión a cambio de la libertad de eliminar la vida inocente, libertad de los vínculos familiares para reemplazarlos con la abolición de la familia?
Al final, la contradicción no se mantuvo. Es necesario creer en algo más grande que la vida terrena para sacrificarla en nombre de la solidaridad. Solidaridad que en este caso debería haber sido amor por un pueblo lejano y muy diferente, pero merecedor de la libertad de no ser sometido a imposición ideológica, violenta y antinatural. Pero aquí los valores se hacen vida, se encarnan y todos deben estar ahí para que haya hombres dispuestos a sacrificar la vida por ellos. Y este Occidente, francamente, ya no puede hacerlo porque carece de las premisas fundamentales.
Todo esto no debería tomarse como un gesto de desesperación, sino como una invitación al realismo. Si Occidente quiere volver a ser un faro para el mundo, no para imponer su propia civilización, sino para defender los principios universales escritos en la naturaleza de cada hombre, sabe adónde ir para recuperar las razones que ha perdido a lo largo del camino: su propia historia.
Miércoles, 18 de agosto de 2021