Esta eficaz expresión del papa Francisco fue pronunciada el 12 de marzo durante el encuentro con los miembros de la Penitenciaría Apostólica, el dicasterio más antiguo de la Curia Romana, que hoy es presidido por el cardenal Mauro Piacenza y que representa el primer tribunal de la Santa Sede, el “tribunal de la misericordia”, como lo definió el pontífice reinante.
de Marco Invernizzi
El 12 de marzo, el papa recordó tres expresiones que explican el sentido del sacramento de la confesión o de la reconciliación: “abandonarse al Amor”, “dejarse transformar por el Amor” y “corresponder al Amor”.
El discurso es breve y espero que todos lo lean (solo es necesario buscarlo en el sitio de la Santa Sede ). Ahí encontrarán las hermosas palabras del papa Francisco sobre este importante sacramento, sobre todo hoy que los confesionarios son poco frecuentados.
Confesarse es una manifestación de la verdad sobre nosotros mismos, de nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos. Es un pasaje importante de la vida personal porque muestra la voluntad de convertirse, de abandonar el pecado y de seguir la dirección que nos indica el Señor, quien nos ofrece todos los medios para superar las dificultades y eliminar los obstáculos.
Pero confesarse también tiene una dimensión social. Después de este discurso del Santo Padre, releí la exhortación apostólica Reconciliatio et paenitentiae de san Juan Pablo II de 1984. Escrita después de un sínodo dedicado a este tema, esta busca identificar el camino para superar las múltiples laceraciones que hacen de la contemporaneidad un mundo destrozado, un mundo dividido entre facciones ideológicas y grupos diversos, una división que hiere también a la Iglesia. El mundo de ese entonces era diferente al contemporáneo. Era todavía la época de las ideologías, aunque ya en fase de decadencia, que dividían el mundo en una principal contraposición entre los países subyugados por el socialismo real y aquellos del así llamado mundo libre. Hoy el mundo vive una división diferente, pero aún más extendida, marcada por un relativismo que sustituye a las familias ideológicas de antes de 1989 con un individualismo cada vez más radical, hecho aún más corrosivo por los medios de comunicación a disposición del hombre de hoy, que le dan la ilusión de ser importante porque, cuando escribe una cosa “extrema” e improbable en las redes sociales, se siente satisfecho de tener un gran número de likes.
Pero ¿quién es responsable de haber reducido este mundo a pedazos?, se pregunta san Juan Pablo II. “Por muy impresionantes que a primera vista puedan aparecer tales laceraciones” —escribe san Juan Pablo—, “sólo observando en profundidad se logra individuar su raíz: ésta se halla en una herida en lo más íntimo del hombre”. Los cristianos llaman pecado a esta herida y el sacramento de la reconciliación es un medio importante para combatirlo, pero también los no cristianos tienen frente a sus ojos un mundo cada vez más destruido y lleno de muchas injusticias: de esta observación podría también nacer en ellos una pregunta decisiva para el futuro de su vida.
¿Qué se puede hacer? Se pregunta san Juan Pablo II. Si se observa con atención el mundo hecho pedazos (y hoy podríamos confirmar lo que escribió entonces el papa polaco, de hecho, yo diría que la herida se ha extendido) se “capta en lo más vivo de la división un inconfundible deseo, por parte de los hombres de buena voluntad y de los verdaderos cristianos, de recomponer las fracturas, de cicatrizar las heridas, de instaurar, en todos los niveles, una unidad esencial. Tal deseo comporta en muchos una verdadera nostalgia de reconciliación, aun cuando no usen esta palabra”.
Nosotros deberíamos entonces usar esta hermosa expresión: “nostalgia de reconciliación”. Una nostalgia que debería empujarnos a sanar relaciones heridas; a superar las divisiones ideológicas en el nombre de una Verdad más grande que cada uno de nosotros; a restituir la importancia, también social, a temas como la verdad y la mentira, que presuponen la existencia de errores; y de la misericordia, que perdona y salva. Reconocer esto en el secreto de un confesionario es el primer paso hacia un mundo reconciliado, que se acerca cuando un hombre, en el secreto de la confesión, busca la verdad sobre sí mismo, sobre su relación con Dios, con el prójimo y con la creación, se arrepiente de sus propios pecados y se entrega al amor de Quien murió por darle salvación y felicidad eterna.
Giovedì, 18 marzo 2021