¿Por qué la izquierda parece estar confundida y en un constante conflicto interno? Indicios para explicarlo y una oportunidad histórica
Marco Invernizzi
No cabe duda de que entre la izquierda de hoy y aquella de la época de las ideologías hay pocas cosas en común. En aquel entonces, entre 1789 y 1989, la izquierda se dedicó a representar los intereses de la clase trabajadora y, en general, a la representación de los oprimidos, o más bien de aquellas categorías que creía funcionales a lucha por conquistar el poder. Existía entonces una lucha de clases o, en todo caso, un conflicto irreparable entre algunas categorías y otras, consideradas parasitarias. Estos últimos, los “parásitos”, eran los enemigos que había que eliminar simplemente porque eran irredimibles: eran los “burgueses” o los “fascistas”, o hasta los “patrones”.
Esta forma de interpretar la historia ha penetrado profundamente en el sentido común e incluso hoy prevalece, a pesar de los cambios que han sucedido. ¿Pero qué ha cambiado? Sobre todo, se ha pasado de la “cuestión social” a aquella antropológica, de la atención a los derechos del cuerpo social a aquellos del individuo. Un dirigente sindical dijo hace unos días sobre lo ocurrido en el “super concierto” sindical del Primero de Mayo: “ya van 5 días en los que se habla solo de Fedez y nada de los trabajadores”, para quienes se organizaba originalmente este evento todos los años.
La “cuestión social” nace con la supresión de una sociedad fundada en valores que no son simplemente atribuibles al dinero y a la división en clases económicas y se produce, como bien lo explica Marx, con la Revolución francesa (1789), la cual favorece una sociedad basada en la división en dos clases: la burguesía y el proletariado. La “cuestión antropológica” comienza doscientos años después con el final de la capacidad propulsiva del marxismo, como lo expresa perfectamente Enrico Berlinguer, es decir, con el agotamiento del papel central de la clase trabajadora y la desviación de la atención social hacia los “derechos” del individuo. Es el individuo, con sus derechos ilimitados, a quien los Estados deben satisfacer en todo caso. El individuo toma el lugar de la clase trabajadora y, en general, de los oprimidos, y se vuelve el principal sujeto revolucionario alrededor del cual la izquierda quiere librar la lucha política.
No cabe duda de que ha surgido una izquierda diferente a la anterior, atenta a las exigencias y a la satisfacción de aquellos derechos individuales en su mayoría “supuestos”, construidos en el deseo del individuo de liberarse de toda ley natural, hasta el punto de rechazar la misma naturaleza sexual con la ideología de género. La han llamado “izquierda al caviar” porque representa cada vez mas los intereses de grupos particulares de la población, minorías transgresoras muy elitistas, concentradas sobre todo en los centros de las grandes ciudades metropolitanas.
Sin embargo, los pobres todavía existen. En parte porque son producto de eventos históricos (los inmigrantes, por ejemplo), en parte porque fueron reducidos a la pobreza por las contradicciones del sistema económico posterior a 1989, llamado con mucha exactitud “capitalismo salvaje”. La clase media también se ha empobrecido como resultado de la pandemia (tanto los trabajadores autónomos como los no asegurados).
Desde 1891, con la publicación de la encíclica Rerum novarum, la Iglesia se dio cuenta que la pérdida de la clase trabajadora sería una tragedia y propiciaría revoluciones desastrosas. La encíclica explicó como la grave injusticia sufrida por los trabajadores durante la Revolución industrial podría ser sanada con reformas oportunas, que habrían impedido otras revoluciones. Esto no sucedió, y el movimiento católico logró recuperar solo parcialmente a la clase trabajadora.
Hoy la Iglesia ha percibido la misma tragedia, inclinándose con atención y ternura hacia las heridas provocadas por la revolución antropológica sobre las personas y familias: pensemos tan solo al gran magisterio sobre la familia, desde Casti connubi de Pío XI hasta la Amores laetitia de Francisco, pasando por la Familiaris consortio de san Juan Pablo II y, de él mismo, la extraordinaria catequesis sobre el amor humano, la llama “teología del cuerpo” (1979 – 1984). Al igual que al final del siglo XIX, hoy la Iglesia no se limita a condenar los peores remedios para el mal que se quiere curar y, sobre todo, parte de la realidad de una sociedad enferma y de las personas heridas, quienes deben ser acompañadas rumbo a la salvación, no solo a la eterna pero también a la “temporal”, en la medida de lo posible.
Miércoles, 5 de mayo de 2021