
Entre las miles de noticias diarias sobre el avance de la pandemia y sobre las variantes de covid, también surgen de vez en cuando análisis que ponen el dedo en la llaga del egoísmo y la hipocresía de Occidente
Por el equipo editorial del sitio web de Alleanza Cattolica
Todos estamos sumergidos en la cuarta oleada de la pandemia y en las mil interpretaciones de datos científicos, clínicos, epidemiológicos y de pronóstico que se repiten todos los días desde febrero de 2020. Un aluvión de información y análisis que se contradicen la mayor parte de el tiempo, hasta crear un caos inextricable en la comunicación que divide a amigos y hermanos en frentes ideológicos opuestos entre los que están a favor y los que están en contra de las vacunas contra la covid.
En cambio, el espacio reservado para la distribución, por debajo del umbral del decoro, de vacunas a los pueblos de los países en desarrollo se reduce al mínimo tanto en los medios de comunicación como en las instituciones nacionales e internacionales competentes para abordar el problema y solucionarlo sin la retórica irritante de declaraciones inconclusas.
Pero hay alguien, como Federico Fubini, columnista del Corriere della Sera, que aborda el tema con serenidad. El 30 de noviembre, Fubini escribió en el periódico milanés que «Pfizer está dando prioridad a la entrega de la vacuna a los países ricos porque gana dinero (…). Pero echarle toda la culpa a las grandes farmacéuticas sería demasiado fácil. Sería autoabsolutorio. Los europeos tenemos un excedente de 400 millones de dosis, suficiente para proteger a 400 millones de personas en otros lugares, si tan solo las donáramos. En cambio, las mantenemos guardadas en nuestros almacenes».
Esta es la verdad: una multinacional, que tiene el mérito de haber descubierto la vacuna en nueve meses, se comporta como una multinacional con su consejero delegado mundial, Albert Bourla, que es perseguido por los jefes de Estado occidentales para reservar y pagar por adelantado los dosis de la vacuna Pfizer que garantizan a sus poblaciones la tercera y, en el futuro, la cuarta y quinta dosis. Ninguno de estos jefes de Estado, al menos a juzgar por los hechos, prevé que parte de estas cantidades se destinen a los países más frágiles.
La organización no gubernamental Amref Health Africa (Fundación Africana de Investigación y Medicina) afirma que “al 23 de diciembre, el 47.83% de la población mundial estaba completamente vacunada. Europa llega al 60.35%; Estados Unidos al 61.14%; Italia al 85%; y África al 8.57%”.
Y toda Europa, de acuerdo con lo declarado por el diario Repubblica el 4 de diciembre, ha donado solo 36 millones de dosis a África. Pero también tenemos que decir que algunos gobiernos del continente africano también parecen demostrar fragilidad, más inclinados y cuidadosos a cerrar acuerdos comerciales con la República Popular China que a lidiar con la compra y distribución de las vacunas, que objetivamente se dificulta por el clima y la situación, a menudo trágica, del transporte.
Entonces, para concluir: ¿qué hacer para aceptar la invitación hecha por el papa Francisco en Navidad de volver “generosos nuestros corazones, para brindar los cuidados necesarios, especialmente vacunas, a las poblaciones más necesitadas”?
En primer lugar, es necesario ver las cosas como son: las farmacéuticas son entidades lucrativas que, les guste o no, gracias al lucro, investigan nuevas vacunas y nuevos fármacos. Una realidad, por tanto, que por un lado debe ser remunerada y por otro lado debe ser recordada eficazmente de su rol de responsabilidad social, para que contribuyan a que las producciones sean destinadas a las poblaciones más frágiles. Por su parte, las organizaciones internacionales con presupuestos multimillonarios como la OMS, la propia Unión Europea y los países ricos deberían coordinar este esfuerzo, proporcionando cuotas de vacuna adecuadas incluso para los países de menores ingresos. Es decir, deben hacerse cargo de sus ciudadanos, algo que deben hacer, y también pensar en los menos afortunados.
Pero el principal problema sigue siendo siempre el de la aridez del corazón humano. Todos deberían ser más generosos en Navidad. Pero, ¿quién está dispuesto, entre los que están a favor de la vacuna, a renunciar, si fuera posible, a la tercera dosis para desviarla a África? Pocos, quizás ninguno.
El espíritu navideño se ha perdido en el camino revolucionario de alejamiento de Dios que ha sacudido a Europa, una vez cristiana, y a los países conectados a ella hasta sus mismos cimientos. Por esto es necesario actuar para hacerlo renacer con una nueva evangelización, que empuje a todos a mirar más allá de sus propias necesidades egoístas. Solo así se podrá reconstruir una sociedad mejor, respetuosa con el prójimo, y sobre todo también con el más frágil. Y de Dios, hoy negado tanto con hechos como con palabras.
Miércoles, 29 de diciembre de 2021