La Iglesia celebra la exaltación de la Santa Cruz, un gran y difícil misterio. Y este mismo día recordamos la muerte violenta del presidente electo del Líbano, hace 39 años.
por Marco Invernizzi
El 14 de septiembre, la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, uno de los misterios más importantes de la fe cristiana. Importante, pero difícil de aceptar. Todos estamos dispuestos a acoger con alegría el misterio de la encarnación del Verbo y su nacimiento virginal, que iluminan la fiesta de Navidad, pero nos cuesta entender por qué la gloria de la Resurrección debe pasar a través de la Cruz. Y la dificultad surge no tanto del sacrificio de Cristo, a quien admiramos y veneramos, sino del hecho de que Jesús quiso indicarnos, con la cruz, tanto el camino personal a seguir como el de la presencia pública de los cristianos. Esto es lo difícil, acoger el camino misterioso mediante el cual el Señor quiso vencer la muerte y el pecado, desafiando al diablo y obteniendo así nuestra salvación y la del mundo entero, si sabemos acoger su gracia.
Esta fue también la gran dificultad de los apóstoles, reacios a aceptar a un Mesías que, humanamente hablando, habría sido no solo derrotado, sino crucificado, mientras que ellos, Judas en particular, deseaban su triunfo temporal.
El papa Francisco describió muy bien esta “tentación” que todo cristiano, incluso con las mejores intenciones, experimenta cada vez que ve el triunfo del mal, el error y la malicia de los enemigos de Dios: “A los ojos del mundo la cruz es un fracaso. Y también nosotros corremos el riesgo de detenernos ante esta primera mirada, superficial, de no aceptar la lógica de la cruz; de no aceptar que Dios nos salve dejando que se desate sobre sí el mal del mundo. No aceptar, sino sólo con palabras, al Dios débil y crucificado, es soñar con un Dios fuerte y triunfante. Es una gran tentación. Cuántas veces aspiramos a un cristianismo de vencedores, a un cristianismo triunfador que tenga relevancia e importancia, que reciba gloria y honor. Pero un cristianismo sin cruz es mundano y se vuelve estéril” (Divina Liturgia Bizantina, 14 de septiembre de 2021, viaje apostólico a Eslovaquia).
Por supuesto, esto no debe hacernos olvidar que para favorecer la salvación de todas las personas, que es tarea de la Iglesia, puede ser muy útil intentar construir “sociedad a medida del hombre y según el plan de Dios” ( San Juan Pablo II), porque es menos difícil profesar la fe en una sociedad cristiana y porque la doctrina social es una de las muchas formas de dar gloria a Dios llevando la fe cristiana a la vida social de una nación.
El 14 de septiembre marca el aniversario de la muerte de un cristiano, un católico maronita, elegido presidente de la República Libanesa el 23 de agosto de 1982 y asesinado durante un ataque terrorista, junto con 26 líderes de su partido, el 14 de septiembre. Bashir Gemayel nació en 1947 y recuerdo con consternación cuántos, como yo, se preguntaban el por qué de la brutal muerte del joven presidente. Fue el misterio de la Cruz el que volvió a golpear la tierra de los cedros, un “mensaje”, como lo han llamado los papas, para indicar cómo este país era precisamente un mensaje de paz y colaboración entre las diversas religiones a nivel civil, dentro de un mundo, el Medio Oriente, dominado por el fundamentalismo y el desprecio por la libertad religiosa. Este hombre había luchado por la libertad de su país y, como presidente, podría haber intentado construir ese “mensaje-país” que siempre habían esperado los papas y la Iglesia maronita. Este intento se le impidió violentamente el día en que es imposible no pensar en el misterio de la Cruz, una Cruz que nunca ha abandonado a este pueblo extraordinario, todavía hoy golpeado por la injusticia, la guerra y la miseria.
Martes, 14 de septiembre de 2021