Hay muchas señales que indican que “nuestro mundo está agonizando”. Desde considerar el aborto como un derecho humano, pasando por las retractaciones en el caso de los “diablos de la Bassa modenese”, hasta el conflicto por las vacunas y las mascarillas. Estamos contra las cuerdas pero todavía no acaba el asalto. Christus vincit.
de Marco Invernizzi
Vivimos en un “mundo que agoniza”, no cabe duda. Dentro de pocos días, el Parlamento Europeo en Estrasburgo esta llamado a confirmar una resolución propuesta por el diputado croata socialdemócrata Pedrag Fred Matic que define los derechos a la salud sexual y reproductiva, entre ellos el aborto, como derechos humanos, con la adición de un ataque a la objeción de conciencia.
La COMECE (Comisión de los obispos europeos ante la Unión Europea) expresó una “profunda preocupación”, también hubieron algunas reacciones de unos cuantos europarlamentarios pero, sobre todo, hubieron muy pocos artículos en los medios de comunicación. Después de todo, todo continúa de manera “normal”. “Normal” como la retractación del “niño cero” del caso de los “diablos de la Bassa modenese”, un dramático caso de pedofilia y ritos satánicos en 1997. Este caso costó cinco procesos judiciales, 16 niños separados de sus padres, un párroco, Giorgio Govoni, muerto de un infarto y una madre que se suicidó.
Ahora que tiene 31 años, Davide, “el niño cero”, en una entrevista en el diario Repubblica del 14 de junio, se desmiente a sí mismo al explicar que inventó todo bajo la presión de los trabajadores sociales que “buscaban al culpable”. ¿”Normal”? Lucia Bellaspiga realiza una buena reconstrucción del caso en el diario Avvenire del 16 de junio gracias al video del interrogatorio de una de las presuntas víctimas de los abusos, en el cual se muestra el deseo de los psicólogos y trabajadores sociales de “incriminar” a alguien, particularmente al párroco. El padre Govoni murió el 19 de mayo del año 2000, y tal vez merece ser recordado como un mártir de la justicia en esta época de la “posverdad”, culpable de haber ayudado a una de aquellas familias a quienes les quitaron sus hijos por ser “demasiado pobres”.
¿Pero quién asumió la responsabilidad de este dramático evento? Los psicólogos y trabajadores sociales, animados por una “mentalidad” en la cual “la familia está siempre equivocada” como lo dijo el padre Ettore Rovatti, párroco de Finale Emilia, al periodista Pablo Trincia, autor del libro Veleno. Una storia vera (Einaudi 2019), en el que se basó el documental del mismo título emitido por Amazon Prime. Según Trincia, el párroco, quien murió de un infarto, entendió que “esta gente quiere destruir la familia, así como el comunismo quería destruir la propiedad privada. Estos psicólogos y trabajadores sociales del Servicio Sanitario Nacional italiano querían demostrar que Dios, pobre de Él, no supo hacer bien su trabajo. Eran ellos quienes sabían cómo hacer mejor las cosas que el Padre”. Este tema regresó tristemente a la noticias, más o menos en la misma zona, en el verano de 2018 en Val d’Enza, provincia de Reggio Emilia.
No piensen inmediatamente en el conflicto político y cultural entre “izquierda y derecha”, pero piensen en nuestro mundo que está muriendo en una llamada “normalidad”, donde asesinar a los concebidos es un derecho humano, que quitarle los hijos a las familias pobres es “normal”, así como retractarse décadas después.
Siguiendo en el mismo tema, ¿les parece “normal” ver el conflicto entre quienes sostienen el uso de la mascarilla y quienes prefieren quitársela? ¿O dividirse entre los “provacunas” que consideran que las vacunas son casi como la Salvación (sí, con mayúscula), y los pobres antivacunas que creen que la vacuna es la conspiración del siglo? Y, en relación al mundo católico, ¿es “normal” que ante la nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe aprobada por el papa sobre la legitimidad del uso de las vacunas hay algunos que todavía lo siguen cuestionando, llamando a un “nuevo movimiento por la vida”, obviamente super ortodoxo?
Sí, vivimos en un mundo que se divide continuamente en facciones, tal vez porque así cada quien encuentra una razón para vivir, un propósito por el cual luchar, obviamente siempre detrás de una pantalla. Vivimos en un “mundo que agoniza” tentado por soluciones peores que el mal que se quisiera curar. ¿Cuáles son estas soluciones propuestas? Tenemos al dictador chino que amenaza la libertad de Hong Kong y de Taiwán y que al mismo tiempo se ofrece como socio comercial del mundo que intenta desestabilizar; al “profeta” ruso Aleksandr Dugin, quien propone de nuevo al viejo pensador tradicionalista pagano Julius Evola (1898-1974), que tanto mal le ha hecho a los jóvenes de derecha de los años sesenta y setenta del siglo pasado; terminando con el nuevo presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, que justamente demanda que las otras potencias respeten los derechos humanos, incluido también el derecho a asesinar a los pobres inocentes.
¿Pero entonces solo nos queda caer en la desesperación? No lo creo. Está la Iglesia, con todas sus esfuerzos y nuestros pecados y traiciones, que busca continuamente de “animar cristianamente el orden temporal” (cf. el decreto del Concilio Vaticano II Apostolicam actuositatem), sabiendo que, en lo relativo a lo terrenal, también Ella tiene que sufrir de las vicisitudes de este mundo que muere, bajo la forma de un misterioso proceso de “autodemolición”, como lo dijo san Paulo VI. Lo hace con su Magisterio y con su testimonio de la verdad y de la caridad, como sucedió con el heroico testimonio de sor María Laura Mainetti (1939-2000) en Chiavenna, de quien su martirio fue reconocido hace pocos días. Solamente necesitamos seguir a esta Iglesia, la única que existe, convencidos que el Señor de la historia es siempre Él, el Cristo verdadero hombre y verdadero Dios, modelo y profeta para toda vida humana.
Domingo, 20 de junio de 2021